sábado, 4 de octubre de 2008

El Baldecito

(A Ani, para la cual mi vida no tiene secretos )

Descubrí que tenía el papel de amiga una vez que, por cuestión de minutos, me olvidé de que la muerte existía y aposté a salvar el baldecito que se me iba mar adentro.
La fui a visitar a Mar del Plata. De fondo, nuestras madres conversaban animadamente en las carpas, los demás no se por donde andaban. Cerca de la orilla voy a arrastrar el baldecito con forma de pez para llenarlo con agua. Pero una ola me lo arrebata, avanzo a agarrarlo, agachada, otra ola me lo empuja más adentro, yo avanzo, avanzo. Mi amiguita de rulos mira cómo me alejo de la costa para ir detrás del pececito verde que se va metiendo más y más adentro del mar. Y en un ratito, no será más que un punto brillante que se ve, allá a lo lejos, sobre la superficie del océano.
Un impacto me sacudió la conciencia y advertí que debía dejarlo ir. El mar se llevó el baldecito y siempre me pregunto si habrá llegado del otro lado del horizonte, si logró flotar hasta Africa o si se hundió para ser de refugio de otros pececitos, reales.
Reaccioné, ¡podés morirte!. Retrocedí, di marcha atrás, no había nada más por hacer, dejar que las olas lo chuparan.



Este el retrato vivo acerca de un origen; una nueva vida para el pececito y de un vínculo que se quedó ahí firme. Para atravesar continentes.