sábado, 4 de octubre de 2008

El Baldecito

(A Ani, para la cual mi vida no tiene secretos )

Descubrí que tenía el papel de amiga una vez que, por cuestión de minutos, me olvidé de que la muerte existía y aposté a salvar el baldecito que se me iba mar adentro.
La fui a visitar a Mar del Plata. De fondo, nuestras madres conversaban animadamente en las carpas, los demás no se por donde andaban. Cerca de la orilla voy a arrastrar el baldecito con forma de pez para llenarlo con agua. Pero una ola me lo arrebata, avanzo a agarrarlo, agachada, otra ola me lo empuja más adentro, yo avanzo, avanzo. Mi amiguita de rulos mira cómo me alejo de la costa para ir detrás del pececito verde que se va metiendo más y más adentro del mar. Y en un ratito, no será más que un punto brillante que se ve, allá a lo lejos, sobre la superficie del océano.
Un impacto me sacudió la conciencia y advertí que debía dejarlo ir. El mar se llevó el baldecito y siempre me pregunto si habrá llegado del otro lado del horizonte, si logró flotar hasta Africa o si se hundió para ser de refugio de otros pececitos, reales.
Reaccioné, ¡podés morirte!. Retrocedí, di marcha atrás, no había nada más por hacer, dejar que las olas lo chuparan.



Este el retrato vivo acerca de un origen; una nueva vida para el pececito y de un vínculo que se quedó ahí firme. Para atravesar continentes.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Perfíl Dificil


[A las chicas, que no paran de rebatir mis teorías y de enseñarme nuevas. ¡Y como las quiero! ]


-Tenés un perfil difícil de ubicar, me dijo mi hermana ante mis abruptos comentarios sobre la ignorancia que le repercute mi persona a los hombres. Esa declaración resonó como ecos, una y otra vez, en mi cabeza. Le dije que tenía razón y le agradecí por poner las palabras justas a un sentimiento que alberga en mi desde hace tiempo y al que no lograba etiquetar.

Tal cual, es así, me auto convencí. No tengo éxito con la gran mayoría de hombres porque tengo "un perfil difícil de ubicar".

¿Original?, ¿única? , quizás la mayoría de los hombres no me ven como a una Mujer, así bien latina, y eso es lo que hoy se convierte, o por lo menos yo lo vivo, casi como un problema.

Soy demasiado espontánea, verborrágica, digo lo que viene a mi mente, lo que sale sin pensar. ¿Inocencia?, yo prefiero decir exceso de naturalidad, autenticidad, pecaminosa sinceridad.
Entonces, de una, el pibe me ve y se siente como pez en el agua para hablar de otras mujeres, de trabajo, de fútbol. Pero soy una estúpida porque si de ejercitar el diálogo se trata, adelante; y "¿querés hablar de Beijing?". Daleeeee, yo me engancho y me pierdo por las ramas.

Para empezar, hablemos de Pekín como todo mapa comprado en la república lo indica, y no como dicen los yankies, y dale, discutamos del nefasto tenis argentino que prefiere la joda antes que la disciplina de entrenamiento, hablemos de la selección, del salto de garrocha, de los pro-Riquelme, de la crisis institucional de River Plate. En el conversar fluido, a veces se cuela mi mirada femenina que opina sobre la calidad estética de los jugadores; que Messi se parece a Quasimodo, que el otro se corte ese pelo, que el que a mi me gustaba era Almeyda, que ese tiene actitud, que al otro le re doy un beso, etc etc.

Ahi si que aparece el instinto que juzga quién es lindo y quien es feo más allá de si son buenos deportistas. ¡Claro! decime, qué necesidad tengo de andar abogando sobre las habilidades defensivas del ratón Ayala en medio de un cumpleaños ante un excompañero de colegio. Cero coma cero tacto, cero intenciones de que a una la miren como potencial madre de sus hijos. ¿Perdón?¿dijiste hijos?¡¿Hijos?!, yo hoy por hoy no quiero tener hijos, sucede que los hombres piensan que las mujeres solo quieren tener hijos. Pero esas son mujeres de las otras, que sueñan con casarse de blanco frente a la autoridad divina. Voy a decir algo: No me vengan a negar que los hombres las prefieren tontitas, con espíritu casero y maternal. Quieren maestras jardinera. No, yo no quiero jardines. O buen, para tomar sol y sacarme este verde de la piel, me basta un patiecito, una azoteita, una terrazita. Para broncearme mientras hago crucigramas de la revista del domingo.

<> dice el eco interior. Los hombres prefieren otro estilo y me siento una suerte de Gaby Sabattini en versión edulcorada. Para colmo, el espesor de mi voz es digno de ser descripto en un texto aparte. Hoy le doy la razón a aquel boludo del club que, hace décadas, me torturaba con que tenía voz de camionero. "¡Hola, soy Moyano!".

Así es muy difícil vestir el sex-appeal que impacta de primeras al individuo masculino. Y lejos estoy de que me miren con voraz hambruna sexual. O al menos, estadísticamente -¡porque yo tengo estadísticas!- , así ha transcurrido, lo he sentido, hasta entonces.
Per-fil di-fi-cil de encajar diría mi hermana más tarde poniéndole explicación al asunto sobre el que vengo hipotetizando frente a mis amigas hace rato.

Lo del perfil difícil es, sencillamente, difícil de explicar porque a esta altura se puede uno imaginar que soy un medio marimacho, una torpe que no sabe como manejar su cuerpo de ropero.
Pero no es tan así. Porque una le pone garra a la vida. Siempre tengo una prenda de moda, mi rutina religiosa de higiene personal roza la obsesión y, al contrario de muchas mujeres, siento mucho placer de ir y de estar depilada. Bien decidida, esta muchacha no dudó en comprar maquillajes importados una vez que obtuvo los primeros dólares. Hay verdes invertidos pero también hay tiempo y energía puestos al servicio de la asignatura estética. Por eso digo, atención, atención (si estás en la calle o vas a cruzar, prestá atención, prestá atención…) que no se van a creer cualquier cosa, no no.

La feminidad se puede ir por la borda y por la boca de esta letrina digna de una mujer crecida a los ojos de un hermano varón que es clon de Jeimito, el protagonista de todos los chistes. Pero ojo con ese corte de pelo que grita lo último del fashion europeo, ojo con las piernitas de esta chica que le mete duro y parejo a la bici. Además de tener una derecha magistal. Jeje.

Listen and repeat: PER-FIL DI-FI-CIL, para la mayoría de ustedes que prefieren, qué se yo lo que prefieren. Yo prefiero sacarme el rótulo de machito, me aburrí de ser el bufón de la fiesta. Desde hoy,agendalo, empiezo a ser sexy.

domingo, 21 de septiembre de 2008

El suicidio de la mucama


En lo seguro, está mamá quejándose de que para ella esas no son vacaciones si no se lleva alguien que la ayude. Es que son muchas cosas; los chicos que demandan cuidados, la ropa que hay que lavar, los horarios, la comida, las plantas, el pasto, la limpieza casi diaria por la arena que se junta en todo rincón de la casa. Papá cedió a su pedido.

Me mandaron a caminar hasta el espigón con La Chica, se llamaba Dorama. Corría delante de mí, sacaba larga ventaja y yo que quería pasear ya empezaba a incomodarme el pánico de quedarme sola y pérdida en la playa de la multitud. Ella avanzaba enérgicamente y, a larga distancia, se daba vuelta hacía mí, mostrándose, dedicándome una sonrisa burlona. Gozosa se movía la chica por la arena, jactándose de esa situación que le confería poder sobre mí, sea para cuidarme, sea para abandonarme en ese preciso momento. Yo estaba a su cargo y eso, estoy segurisima, le daba un estado de confort.

Yo la perseguía con la mirada y era su malla desgastada de flores flúo de la que mis ojos no podían apartarse. Cuando casi la perdía de vista, mis pasos se volvían apresurados pero disimulando siempre mi preocupación. Por dentro, me gritaban las ganas de huir de allí. Y me tranquilizaba pensar en los brazos de mamá que me esperarían a la vuelta, con galletitas de miel que bien sabía guardar en la lata de Terrabusi que bajaba en la canasta de la playa.

El calor, la gente, el ruido de mar estaban en silencio y todo transcurría en cámara lenta a mi alrededor. Lograba contener mi llanto la esperanzadora idea de que, en caso de ser raptada o de que la chica me dejara sola, al final de la tarde, alguien se iba a dar cuenta de que yo no había vuelto y empezarían a buscarme.
Qué inconciencia la de mamá que me deja al cuidado de esa mujer que no llega a doblarme en edad. Te juro mami y sin cruzar los dedos que no hago más berrinches cuando no quieras bajarme a la playa todos mis moldes porque "no podés con todo", no pido nunca más que me compres un helado cada vez que pasa el heladero que grita “eeelao, eelao”, ni te hago esperar cuando vamos al centro a comprar pulseritas. No me muevo nada de tu lado.

Me pasó que me puse muda y no pude decir que no, que no quería ir caminando a ver al faro más de cerca con Dorama. Fue que Silvia, la amiga que toma sol con mamá, me propuso un programa porque debe haber pensado que estaba aburrida. Yo me quería quedar allí, junto a las reposeras de ustedes, aunque hablaran cosas de grandes y no me llevaran el apunte en lo más mínimo. Pero como no hablé, no dije nada, ahora me resta seguirle la atención a esta negra que pretende dejarme sola en medio de los médanos.

Se trataba de mi mucama y no de una amiga con la que, de igual a igual, podía jugar, divertirme y pasar los ratos.

Por esto digo que hasta fue algo liberador cuando, en alguna de las siguientes noches, nuestra chica se haya querido sacar la vida de encima tirándose desde el balcón de nuestro departamento. Mamá la pescó lloriqueando, pasando las patas para el otro lado de la baranda, con medio cuerpo afuera y temblando. La agarró del hombro, la metió para adentro y trató de calmarla mientras ella tiraba piñas al aire. Dorama lloraba a moco tendido y a mi me mandaron para atrás donde mi hermano y los amigos se disputaban un torneo de ping-pong.

Ahora mamá tendría que encargarse de nosotros, de toda la limpieza de la casa con la que no se da a basto con tanta arena que entra, y de Dorama que quedó pálida de tanto llorar y gritar.

Pero me apeno de que no voy a oír más los gritos de Dorama que anuncian la hora de tomar la leshe. Ella siempre ponía primero la leche y después el nesquik, al revés de mamá que nunca pudo igualarla en materia de meriendas y desayunos. Igual yo no digo nada para que mamá no tenga que preparar la leche de nuevo. Ya veo que voy a extrañar esas historias sobre novios que siempre nos contaba y con las que siempre terminaba llorando. Pobre Dorada, que ya no me va a pelear más cuando la llame así. Entonces, yo le hacía saber que si ella quería, podía traerse el catre donde dormía, entre la cama de mi hermana y la mía, para que no se quedara ahí sola.

sábado, 6 de septiembre de 2008

Versus

Odio los colectivos. Opté por sentarme a escribir para ver si la pluma me apacigua las ganas asesinas de hacer desaparecer a la vieja que me acabo de cruzar en el ómnibus que me traía de regreso a casa. Y si, estas cuestiones ahora se sienten así: vicerales.

-Señorita, ¿puede cerrar la ventana?, me pidió sin por favor, la vieja tocándome con su dedito martirizante mi pobre hombro.

Para qué, yo que ya venía indignada con el olor a compañerismo que me tumbó al entrar al bondi, no gano para disgustos con esta población, y lo peor, que todos estaban muy panchos por su casa sin tener el tupé de abrir aunque sea un milímetro la ventanilla. Es momento de confirmarlo: en esta ciudad les gusta estar apretujados como sardinas en lata. Es más, gozan con sentir las respiraciones ajenas porque, de otro modo, no se explica que ni siquiera atinen a abrir las ventanillas.


Ahora, vos me decís que vivimos en la Antártida pues bueno hombre lo pensamos 2 veces, consensuaremos. Pero noooooo, esta ciudad es la capital de la humedad. Dejémosnos de joder, acá no hace frío. Sabés de cual te hablo yo, ¿no?, ese que te desgarra los huesos, que te penetra las venas y con el cual no hay buzo de manta polar que baste. Pero acá, acá no saben lo que es tener ese frío que no te deja ni salir al recreo en el colegio. NO, no acá nunca un pechito tejido, te lo aseguro. Da igual, aunque haga frío, abrí la ventana, por el amor de Dios!!!! .


Yo estoy que me ahogo, me falta el aire, me adormezco del asco que me provoca ese vaho de frituras. Mirá lo que te digo: la sola idea de saber que las bacterias están ahí, en esa atmósfera diminuta haciéndose un festín, a mi ya me enferma, mañana caigo en cama por pescarme cualquier bicho. Por favor, rogemos que a nadie se le ocurra estornudar.


Con ese clima de fondo, yo entro al colectivo, agarro el boleto y me mando derechito a correr una ventanilla para que corra un poco de aire que golpee mi cara y airee esa cápsula grasosa. Petrifícate nariz, no me importa, yo necesito aire ya mismo sino me bajo en la próxima parada aunque tenga que caminar quinientas cuadras hasta llegar a destino. Y llegaré chivada a casa como una maratonista olímpica, pero acá, si alguien no se digna YA a abrir un poco la ventana yo personalmente me bajo. ME BAJO.


La vieja agarra y ahí me pide, bah por el tono imperativo fue más una orden:


“Señorita puede cerrar la ventana”. Como te digo, yo que ya venía comiéndome desde hacia un largo rato el tufo a milanesa le clavé un sútil No a la vieja...


- Disculpe, pero me falta un poco el aire.


Chan, tomá, tapita, listo, borrón y cuenta nueva. Ya falta poquito para llegar a casa. Pero nooo, atenti señores. La muy vieja se fue pal' fondo susurrando blasfemias contra “…esta juventud de hoy”. Yo me quedé ahí, agarradita del caño que me impregna las manos con olor a metal oxidado, mordiéndome los labios para contenerme.... porque si no… mirá, te digo que se armaba una para narrar de por vida.


Y hubiera seguido la discusión si no fuera porque ahí nomás la vieja menemista se bajó.


- Si viejita, soy parte de esta juventud de hoy y con orgullo!!!, le hubiera gritado por los aires caldeados del bondi. ¿Acaso andarás con envidia de estas mujeres siglo XXI que se atropellan el mundo disfrutando de la vida sexual y profesional sin tapujos ni culpas?.


Que impunidad. Y la de todos los que estaban allí presentes que me miraban con gestos de molestia ante mi NO rotundo frente a la vieja, insinuando que estaban ante una doncella irrespetuosa. Que bronca, che, esta vieja se mueve por la ciudad creyendo que por ser jubilada tiene derecho a la prioridad en todo y donde quiera que vaya. Mirá que maleducada que soy: andá a cagar , asi de simple te lo digo.


Pito catalán a tus pretensiosos privilegios de diva. Y a esos mirones, con muecas moralistas: ¿qué se me vienen a hacer los educados y respetuosos?. No me cabe duda que son los primeros que comen una mandarina en el auto que los lleva a la costa atlántica y tiran, descaradamente, la cáscara por la ventana, ensuciando el planeta. Y frente a sus hijos!!!!!!!!!!. Asi que no me vengan con que hay que dar el ejemplo con esto y lo otro.


A esta altura del partido, la bronca que tengo no me deja empezar el día si no es con mal humor. Declaro la guerra civil y política a los colectivos y no solo a los de línea sino también a los de larga distancia: por los bebés que me lloran toda la noche, las siluetas hipopotámicas que roncan y por los desequilibrados choferes que regulan de a puntos extremos la temperatura, alternando bruscamente, entre la calefacción de olla de puchero que empaña los vidrios y el aire acondicionado que te invita a taparte con la frazadita esa que, vaya uno a saber, quién la uso antes.


El mundo contra mí es el titulo para este día. Pues bien amigos, es evidente que este país no pretende ser perfecto. Asique yo mejor me voy a dormir, con permiso.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Orgullo de Veleta


Mis amigas me dicen que soy veleta porque, hasta hace un tiempito, sostenía firmemente la idea de ser madre joven, veinteañera, bien diosa y prueba de inmune erotismo y, por estos días, autoproclamo con fervor los postulados de Simona de Beavoir sobre la anti-maternidad en un mundo signado por el caos y la violencia. Y me incumbe mucho la crisis de la humanidad.

Para qué traer a un hijo a esta tierra tan superpoblada, en la que abundan miles de niñitos pobres, con hambre, huérfanos. Y, en todo caso que el instinto de reproducción aceche a la mujercita, porqué no adoptar un bebé en lugar de seguir procreando en un planeta en que los recursos amenazan con agotarse. Mas aún, teniendo un lugar como China donde ya no hay espacio para nadie más y donde no hay técnica antifertilidad que devuelva resultados satisfactorios. Más aún, existiendo un continente entero como África que se auspicia como la reserva más novedosa para adoptar futuros hijos. Muy glamoroso si son de otra raza, además.

Demos coto a las imágenes románticas de la maternidad placentera y autorealizadora. Sí, obvio que tengo aspiraciones, de lo contrario, no sería un humano pero aspiraciones en primer orden profesionales y personales pero de otra índole a la conocida. Lo que se suele decir, una chica del 2000.
Y está bien cambiar de parecer, no resisto un misero archivo y me hago cargo de los daños y desconciertos que pueden causar mis vaivenes reflexivos. Pero entusiasta y convencida, argumento sobre lo penoso e inmaduro que sería mantener para siempre una única e inamovible postura respecto a los hijos o las relaciones humanas, el sexo, la comida, los gustos, los intereses, la vida. Y si, me responsabilizo, me asumo como madre fundadora del movimiento veletista si es necesario. Y, si ser veleta significa mutar de opiniones tras recientes andares amorosos que se hicieron sentir en mi cuerpo, tras deseos inconclusos y expectativas frustradas. Si es así, yo me aplaudo porque significa estar viva el dejarse renovar a partir de las experiencias. Y si antes amaba no tener tv en el cuarto porque me obligaba a cultivarme en compañia de un libro, hoy puteo porque mis domingos de soledad necesitan una dosis de E Enterianment! en pijamas con la frazada hasta el cuello. Y me dejaba cautivar por el discurso liberador del estudiantado revolucionario pero me topé con Manhattan, subí al Empire State y me fotografíé en la Casa Blanca y, desde entonces, me regocija sin prejuicio la idea del consumo estimulado por las grandes marcas del fashionBusiness.

Antes me angustiaba un mal rendimiento deportivo ahora salgo a la cancha a divertirme. Abandoné la posición de depositar imaginarios de un país mejor ante cada encuentro deportivo que protagonize una selección nacional porque, digamos la verdad, se tornaba frustrante y desalentador.

Solía ser de la clase de personas para las que la vida no encontraba su buen cauce y sentido, hoy no me lo planteo demasiado, me lo tomo light, como la coca que antes no ingería por el grado calórico que contiene. Ahora mi universo es enteramente amiguero, como nunca dejó de serlo, pero que, como nunca antes, cumple de maravillas con la promesa de no hacerme sentir tan sola en este mundo drástica y felizmente cambiante.

jueves, 21 de agosto de 2008

Amores de Mamá

Pepe, el florero


Mi mamá no me había contado nunca o si, pero en algún momento del que no recuerdo tiempo ni lugar. O simplemente, era algo que yo sabía pero no puedo reconstruir la escena de la confesión. La cuestión que cuando nos mudamos a la casa de Las Heras tenía más que registrado el local de flores que estaba pegadito a la casa. Lo tenía de pasar en auto, caminando. Esos negocios que identifican una cuadra o una calle que se asocia a un negocio o al nombre de un negocio. Y esas percepciones son las que yo tenía respecto a la florería The Garden.


Desde la esquina se veía ya el cartel que sobresalia de la pared. Pintado de verde con una tipografía que simulaba a una suerte de enredadera con una florcita naranja dibujada. En una época no entendía el titular del cartel; sólo cuando me mudé a la casa lindante tuve tiempo para ahondar en detalles. La imagen que tenía de The Garden sólo se asociaba a los osos de peluche enormes con un moño y envueltos con zelofán transparente. Eran para regalarle a las madres que acababan de dar a luz en el hospital de enfrente. Lo que si, desde que tengo conciencia, The Garden se relaciona con asuntos dudosos.


Cartel indescifrable, berreta, negocio miniatura con aspecto de otra época, florería que regala osos y la pinta poco humilde del florero, propietario de autos glamorosos, son algunos de los indicios de una temprana sospecha. Sucucho de claveles, flores y medallas colgadas en la pared, con una mini mesa como escritorio, una vidriera sin exposición de objetos. Y Pepe el florero, el novio de mi mamá.


Yo me había imaginado al personaje de un cuento tal como era Pepe. Un tipo común. Llegué a pensar que tal casualidad provenía de que quizás, alguna vez, yo a ese hombre lo había visto en una cita con mamá. Pero imposible porque mamá anduvo de novia con Pepe cuando yo no existía. Por tanto, la de Pepe no era más que un rostro estándar a cualquier imaginación.


Porque Pepe son de esas personas que no se olvidan. No, no digo que no se pueda olvidar dado lo maravilloso de su ser sino inolvidable por su simple apariencia. Anteojos Ray-Ban a toda hora que no me dejan saber el color de sus ojos, incipiente barba y bigote, un manojo pesadisimo de llaves que le cuelga de un portallaves del vaquero, como si fuera el encargado de un edificio. Morochón. Lleva puesto unas camisas floreadas con los primeros botones abiertos, por debajo se asoman algunos pelitos y una cadena de oro brillante. Siempre lo vi con la boca cerrada.


A Pepe yo lo re-tenía de vista para cuando mamá, ni bien nos mudamos al lado de la florería, me contó que había sido su novio. Cuando supe, agrupé todo lo que de él sabía. Es como cuando de pronto te empieza a gustar un chico. Vos conocés unos datos dispersos de esa persona pero cuando te empieza a gustar, a llamar la atención, a impactarte, a involcurarte, los datos transcurren en cámara lenta y te aferrás a eso que ya conocías previamente de él pero con lupa y reparo. Quizás asi surge algo nuevo.


Yo solo sabía una miga acerca del amorío Mamá-Pepe, cuando pasó lo del día en que volvíamos con mamá del supermercado. Bajábamos del baúl las bolsas. Pepe salía de su negocio medio apurado, cuando la vio a mamá, alzó su mano para saludarla y, en un movimiento de amague, atinó a ayudarnos con la descarga. Escondido en los Ray-Ban medio como que bajó su mirada y continúo su trayecto hacia el hospital. Llevaba él también varios paquetes.


Yo no dije ni mu y mamá como que se apuró para decirmelo. Eso, que Pepe había sido su novio. Un poco risueña, mientras cerraba el baúl, toda cargada me contó que luego de terminar la relación con el florero, Pepe se había quedado enamorado de ella, mi mamá.


Después, quize meterme en el detalle periodístico del cuando, cómo, dónde y porqué pero mamá se hizo la exigida con tanto peso en los brazos y entró a casa.


Las noches que siguieron no dejé de pensar en mamá y en Pepe pasándola a buscar en su moderna Lumina, regalándole rosas siempre.

Porque mamá me contó que Pepe siempre le llevaba flores cada vez que se veían. No perdía ocasión, el tipo predecible, casi vulgar, que saca provecho de sus negocios. Asique obvio que desmerecía a mi madre, qué la creía, ¿una catadora pasiva de lo-último de su mercadería?.





Una noche comenté algo de esto en la cena , sin pudor, y DELANTE DE PAPÁ. Delante de papá que no entiendo cómo no reaccionó en absoluto ante mis declaraciones. Al contrario, Papá ya sabía algo desde antes y no hizo más que burlarse - y con mucha gracia- del look primaveral de Pepe y de sus baratijas comerciales.
Empezé a prestarle mucha atención a la vida del florero.


A su hijo lo conocía. Era compañero de colegio de una amiga de mi hermana, le decían mariquita al juzgar por su tono de voz suave, sus expresiones delicadas y sus reacciones caprichosas. Ma-ri-qui-ta..


Me pregunto si el pibe ese sabía quién era yo y quién era mi mamá. Habrá Pepe dado a sus hijos algún detalle de su vida de soltero. No creo que fuera de esos. Nunca supe nada del paradero de su actual mujer, la madre de sus hijos. Para mi que estaba separado. Porque siempre estaba él con sus hijos. Mariquita desde chico que lo venía ayudando a su papá en la florería, siempre descargando cajas de la Lumina negra.


Esa camioneta, qué grande esa camioneta. A mi nadie me había enseñado que el negocio de las flores y los osos pudiera ser tan redituable. Mariquita después creció pero seguía con la misma cara aniñada de siempre, con anteojitos de estudioso pero ahora también con campera de piloto automovilístico. Roja, con etiqueta de Marlboro.


Es el día de hoy que Mariquita sigue trabajando en The Garden. Incluso después de que se trasladaron a un local nuevo, más amplio, luminoso y agradable en un lugar paquete de la ciudad.


Era un poco de no creer la riqueza de Pepito; los coches lujosos, la escasa clientela, un ir y venir silencioso junto a Mariquita. ¿Y el nuevo local? una vidriera pomposa de flores multicolores y luces donde se exhibe una exótica pasarela de floreros y claveles en amplia gama de azules y verdes. Con la pálida abundancia de claveles me aventuré a recrear la relación de Pepe con las funerarias.


También se de su hija, una nenita con cara de japonesa, llena de juguetes caros y zapatillas con luces. Ibamos a la misma escuela, por lo que era algo de todos los días verlo a Pepe llevándola y trayéndola en la Lumina.


Por un buen tiempo, Mamá nunca volvió a mencionar el tema, ni yo la hacía partícipe de mis deducciones y conjeturas tejidas en torno al florero.


El tema volvió a florecer cuando un día de verano en una clase de boxeo, entre aire pegoteado e intentos de golpes frustrados, reconocí a la hija de Pepe entre todas las chicas que saltaban. Calzaba zapatillas último modelo y un equipo de jogging de marca. Me pregunté si la ponja entendía algo del trabajo de su papá y me la imaginé pidiéndole explicaciones, intimándolo acerca del origen de sus ganancias.


A la salida, junto a mamá vimos a Pepe que la esperaba para abrirle la puerta de la Lumina. Nos reímos. Lo embarazoso era descubrir que con Pepe de novio, mi-mamá no era más ni menos que, como cualquiera, una mujer.

miércoles, 20 de agosto de 2008

I See Dead People...

Contreras


Contreras era el encordador de raquetas de tenis del club donde pasé gran parte de mi vida. Nunca me mereció demasiada reflexión pero con su muerte se ganó, como suele ocurrir, mayor reconocimiento. Su aspecto fue siempre igual, inmutable, estancado en una edad que no lo deteriora; diferente a mi que cambié con el correr de los años.


Contreras trabajaba encordando raquetas de los jugadores de tenis del club, hacia las reservas de las canchas y anotaba horarios y nombres de los jugadores en unas planillas cuadriculadas con lapicera. Antes de convertirme en adolescente, también anunciaba llamados telefónicos, objetos perdidos, solicitaba personas o avisaba sobre los partidos por un megáfono. Yo estaba en la pileta, usaba malla entera, y se escuchaba a todo viento su voz. Es tan cercana que la puedo reconocer ahora mismo. No era voz de pito, tampoco voz de hombre. En un momento de escasez de socios ya no hubo más megáfono para Contreras.

Lo puedo ver a Contre claramente detrás desde donde ejercía su oficio. Antes, nunca lo llamé de esa manera. Así le decía la gente de tenis, entre ellas mi mamá, que si yo emitía critica sobre la amargura que caracterizaba a Contreras, ella saltaba con que “Contre es buenísimo...”, y lo saludaba “Hola Contre”. ¿Contre?. A mi me daba bronca mi mamá, Contreras y las criaturas de tenis.



Cada etapa de mi vida que atravesé en el club se corresponde con los traslados que sufrió Contre respecto a sus espacios laborales. Traslados, es una manera de decir, porque me da la impresión de que, en algún determinado momento, Contreras se convirtió en un bulto que había que mantener empleado para no sentir culpa si se lo echaba. Hasta en los peores períodos económicos del club, mientras la Comisión Directiva despedía bañeros, mozos con tatuajes de cárcel y jardineros y mientras ambiciosos proyectos eran postergados, él siempre continuó con su labor, convirtiéndose en un símbolo patrimonial.

Cada etapa mía, un lugar diferente para su trabajo. Insisto, Contreras en mi niñez es el mismo que vi la última vez antes de su muerte.


Lo veo detrás del mostrador de una casita de cemento ubicada en medio del parque central, cerca de la pileta y la cantina. Casita encajada como una isla desierta en medio del océano. No es siniestro, es literal; una casita, su casita en la cual se lo veía luchando con la máquina encordadora y con los grips. Había muchos de esos hilos flúor que componen la red de las raquetas desparramados por el piso. Me gustaban mucho unos que eran multicolor. Algo curioso, me costaba entender que un hombre pudiera trabajar cerca de un objeto tan atractivo para el público infantil. Como pasa con los adultos que deciden terminar el colegio y llevan cartucheras y cuadernos con motivos colorinches; elementos atrapantes para los niños.



Por entonces, Contre era básicamente bueno con nosotras, niñas habitúes de la institución durante todo el año. Nos saludaba cordialmente, nos daba retazos de hilos de raquetas en desuso, sabía que yo era la hija de Grace, permitía que estuviéramos ahí, dando vueltas a su alrededor, haciéndole preguntas, curioseando el motorcito de su silla, molestándolo.

Lo trasladaron al Rancho cuando yo entraba a plena pubertad. Y desconozco porqué su humor comenzó a virar. El rancho era un quincho que pasó a ser marginado desde la construcción de otro mucho más lujoso. Quedaba detrás del estacionamiento. Lo del megáfono no siguió mucho más. Lo que sí, continuó a cargo de los encordados y la reserva de las canchas. Ahí Contre nos perdió simpatía.


Está ahí, detrás de la ventana que lo separa de los socios, junto a su aparato de encordado y las raquetas y las planillas. Veo con muchísima claridad su carita chiquita detrás del vidrio corredizo. Para mi, pensar en Contreras es representarme fundamentalmente su cara. Porque Contreras era paralítico, estaba inmóvil, en silla de ruedas. Además el mostrador le ocultaba su torso y sus piernas y yo veo sólo a su rostro; se me complica rehacer los contornos de su cuerpo inerte.


Su cara es pequeña en comparación al resto de su fisonomía apoyada en una silla de ruedas.




Vestía remeras de algodón de tonos opacos, su torso aparece borroso. No identifico la estructura de su cola que reposa en la silla; una y otra han llegado a eclipsarse. Las piernas cuelgan moribundas, trato de no mirárselas para no ser evidente, para que no crea que estoy pensando ahora mismo que lo miro en su condición de discapacitado.



El carácter de Contre cambió por esos años. Tenía una suerte de fobia a las chicas -como nosotras- de hockey. A su vez, se la pasaba jugando a las damas con las pibas de tenis. Y en verano, mientras nos divertíamos con las bombuchas de carnaval, nos retaba porque al parecer no le gustaba nada. Se irritaba con todo ese tema de las bombuchas, el griterío, el correteo de las mujeres en traje de baño, el constante salpicón de agua, el correteo histérico, el verano. Tenía una percepción errónea sobre nosotras. Nos creía tontas, gritonas, una manada de libidinosas que pabeabamos de aquí para allá detrás de los varonces de rugby. Demasiado inquietas como para jugar a un juego de mesa.


Puede que sea una cuestión sintomática de las personas que a cierta edad, no toleran una banda de chicos divirtiéndose. Aunque lo de Contreras sea más razonable; quedaba atrapado bajo el toldo de entrada a la pileta, sin poder huir a su antojo, ni poder correrse a un lado, atravesar el pasto, sin mojarse, ni ser tenido en cuenta. Es lógico que Contreras brotara de impotencia.


Porque por aquellos opulentos veranos, a Contre lo mandaban a cobrar los recibos de ingreso a la pileta. Y por eso se quedaba bajo el toldo ardiente por el sol del mediodía.

Hace un par de temporadas atrás, cada vez que iba a pegarme un chapuzón, me preguntaba a mí por el carnet de socia; quería cobrarnos los pases a la pileta. Yo, un poco indignada, le repetía mi apellido, no me recordaba, y dale que me quería cobrar como invitada a mí que era socia de toda la vida. Para mí que se hacía el que no me reconocía o se estaba poniendo viejo por dentro porque se lo veía y estaba igual.


Piel morena que no adquiría arrugas con los años, pelo marmolado de canas y mechones negros. No importa haberlo visto de pie para deducir que tenía una alta estatura. Impregnado de un aroma efervescente, mix de polvo de ladrillo y goma de pelotita de tenis nueva. Algo de sudor que le enfunda la piel, como un papel film incorpóreo.

En efecto, lo que sí cambió de su arquitectura fue la silla de ruedas. Su primer ejemplar, totalmente arcaico, lo obligaba al pobrecito a realizar un esfuerzo sobrehumano para trasladarse. Debía girar con empeño las manijas de las ruedas para avanzar, rayos enmarañados sobre las ruedas y un asiento enfundado en cuero azul, rígido, incómodo.
Con los buenos tiempos y gracias a una colecta que organizó la gente del club, le compramos una silla todo-terreno, modelo inédito para la época. Traía un pequeño motor el cual, mediante un aparatito, Contreras podía apuntar a la dirección que quisiera. Una atracción alucinante, parecía, ¡de veras!, un vehículo. Claro, que vivo, así cualquiera. No se concebía la gravedad del no poder caminar.


Esa silla lo acompañaría hasta su muerte. La malaria económica alcanzó al país y los socios nunca volvieron a lanzar una nueva jornada solidaria para renovar la silla. El pobre hombre quedó ahí estancado, despertando lástima. Y eso que todavía no me dediqué a contar la historia sobre qué lo llevó a convertirse en inválido después de caer de un árbol al cual había subido para alcanzar la pelota que se le había atascado a su hijo también discapacitado mientras jugaba.

Como su cuerpo en mi memoria, con el correr de los años, la silla perdió forma.

El respaldo se desgastó, el rojo de los fierros se descascaró y el culo de Contreras fue a parar arriba de un almohadón de goma espuma que, con la considerable suma de unos años, se convirtió en un bollo maloliente de algodón. La cara tomó forma aún más diminuta al lado de un semejante traste incrustado en un abultado nido de pelusas con silla de ruedas. Si ser injusta, retratos de esos pueden resultar seductores para algunas mujeres. Como es el caso de las eternas compañeras de charla y mate de este hombre.

Paulina y Carmen, la chusma encarnada en la custodia del vestuario femenino.


Paulina, la vieja regordeta que se hacía tanta mala sangre cuando empapábamos los pisos del lugar. Era la mamá de Carmen y le molestaba que entráramos a los baños a hacer pis o ducharnos en el sector de las grandes, de las señoras de tenis. Su hija me tenía algo más de cariño. Nosotras, convencidas de que entre ellas se disputaban el amor del encordador. Porque que un hombre entable conversación con una mujer o que ellas osaran a compartir el mate con Contre, era nuestra lectura del amor. Ojo, vaya uno a saber.


¡Ay, Contreras!, te encontré tan entero en mis pensamientos, encontrarte acá me produce nostalgia. Al hombre que nunca entendí porqué le costaba llamarme por mi nombre:


- Euuu Dolore....


Pero que yo me adapté a tu forma, por costumbre, por resignación, por lástima a corregirte.

Seguro fue la muerte. Quizás la muerte me haya vuelto a verlo. A verte Contreras.