domingo, 21 de septiembre de 2008

El suicidio de la mucama


En lo seguro, está mamá quejándose de que para ella esas no son vacaciones si no se lleva alguien que la ayude. Es que son muchas cosas; los chicos que demandan cuidados, la ropa que hay que lavar, los horarios, la comida, las plantas, el pasto, la limpieza casi diaria por la arena que se junta en todo rincón de la casa. Papá cedió a su pedido.

Me mandaron a caminar hasta el espigón con La Chica, se llamaba Dorama. Corría delante de mí, sacaba larga ventaja y yo que quería pasear ya empezaba a incomodarme el pánico de quedarme sola y pérdida en la playa de la multitud. Ella avanzaba enérgicamente y, a larga distancia, se daba vuelta hacía mí, mostrándose, dedicándome una sonrisa burlona. Gozosa se movía la chica por la arena, jactándose de esa situación que le confería poder sobre mí, sea para cuidarme, sea para abandonarme en ese preciso momento. Yo estaba a su cargo y eso, estoy segurisima, le daba un estado de confort.

Yo la perseguía con la mirada y era su malla desgastada de flores flúo de la que mis ojos no podían apartarse. Cuando casi la perdía de vista, mis pasos se volvían apresurados pero disimulando siempre mi preocupación. Por dentro, me gritaban las ganas de huir de allí. Y me tranquilizaba pensar en los brazos de mamá que me esperarían a la vuelta, con galletitas de miel que bien sabía guardar en la lata de Terrabusi que bajaba en la canasta de la playa.

El calor, la gente, el ruido de mar estaban en silencio y todo transcurría en cámara lenta a mi alrededor. Lograba contener mi llanto la esperanzadora idea de que, en caso de ser raptada o de que la chica me dejara sola, al final de la tarde, alguien se iba a dar cuenta de que yo no había vuelto y empezarían a buscarme.
Qué inconciencia la de mamá que me deja al cuidado de esa mujer que no llega a doblarme en edad. Te juro mami y sin cruzar los dedos que no hago más berrinches cuando no quieras bajarme a la playa todos mis moldes porque "no podés con todo", no pido nunca más que me compres un helado cada vez que pasa el heladero que grita “eeelao, eelao”, ni te hago esperar cuando vamos al centro a comprar pulseritas. No me muevo nada de tu lado.

Me pasó que me puse muda y no pude decir que no, que no quería ir caminando a ver al faro más de cerca con Dorama. Fue que Silvia, la amiga que toma sol con mamá, me propuso un programa porque debe haber pensado que estaba aburrida. Yo me quería quedar allí, junto a las reposeras de ustedes, aunque hablaran cosas de grandes y no me llevaran el apunte en lo más mínimo. Pero como no hablé, no dije nada, ahora me resta seguirle la atención a esta negra que pretende dejarme sola en medio de los médanos.

Se trataba de mi mucama y no de una amiga con la que, de igual a igual, podía jugar, divertirme y pasar los ratos.

Por esto digo que hasta fue algo liberador cuando, en alguna de las siguientes noches, nuestra chica se haya querido sacar la vida de encima tirándose desde el balcón de nuestro departamento. Mamá la pescó lloriqueando, pasando las patas para el otro lado de la baranda, con medio cuerpo afuera y temblando. La agarró del hombro, la metió para adentro y trató de calmarla mientras ella tiraba piñas al aire. Dorama lloraba a moco tendido y a mi me mandaron para atrás donde mi hermano y los amigos se disputaban un torneo de ping-pong.

Ahora mamá tendría que encargarse de nosotros, de toda la limpieza de la casa con la que no se da a basto con tanta arena que entra, y de Dorama que quedó pálida de tanto llorar y gritar.

Pero me apeno de que no voy a oír más los gritos de Dorama que anuncian la hora de tomar la leshe. Ella siempre ponía primero la leche y después el nesquik, al revés de mamá que nunca pudo igualarla en materia de meriendas y desayunos. Igual yo no digo nada para que mamá no tenga que preparar la leche de nuevo. Ya veo que voy a extrañar esas historias sobre novios que siempre nos contaba y con las que siempre terminaba llorando. Pobre Dorada, que ya no me va a pelear más cuando la llame así. Entonces, yo le hacía saber que si ella quería, podía traerse el catre donde dormía, entre la cama de mi hermana y la mía, para que no se quedara ahí sola.

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